Adelantamos Los píxels de Cézanne, el libro de Wim Wenders

El director de Las alas del deseo habla de la influencia en sus obras de Michelangelo Antonioni, Pina Bausch, Ingmar Bergman, entre otras

Mié 04 mayo, 2016 - Diego Montanari
Etiquetas: Los píxels de Cézanne Wim Wenders

 

 

Wilhelm Wim Ernst Wenders, director de cine alemán que es conocido por películas como La letra escarlata, El amigo americano, Las alas del deseo y documentales como Tokio-Ga, Pina y La sal de la tierra, nos entrega su libro Los píxels de Cézanne. En el texto Wenders habla de la influencia de artistas como Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni, Pina Bausch en toda su carrera fílmica.

Para conmemorar de gran manera sus 70 años, este prolífico director reúne en 208 páginas los escritos que ha acumulado por décadas, para entregárselo a los amantes del séptimo arte y sobre todo en el lenguaje contemplativo y reflexivo de su inmenso trabajo.

El libro traducido al español, Qque todavía no llega a Chile, está disponible por el momento sólo en España, México, Argentina  y Uruguay por medio de Caja Negra Editora. Por ahora los dejamos con un extracto de este:

Para Ingmar Bergman

Querer decir o escribir algo SOBRE Ingmar Bergman me parecería desmedido; hacer un comentario, una petulancia. Sus películas se bastan a sí mismas, son faros de luz en la historia del cine. Incluso diría que el mayor deseo que uno podría tener es, justamente, que se libraran de todo comentario, que se desprendieran del tremendo lastre histórico de su interpretación ¡para que puedan volver a brillar por sobre todos los mares! Me da la impresión de que hay pocas obras de un director contemporáneo que se hayan visto forzadas a relumbrar con tanta potencia por entre los tragaluces ciegos de las “opiniones” que existen sobre ellas; que no hay películas con las que uno tenga una deuda tan grande como con las de Bergman cuando se trata de “mirarlas” sin haberlas “entendido” de antemano. Por eso es que yo, hoy, solo quiero enviarle un gran saludo de cumpleaños y no aburrirlo con una “opinión” más. Y le prometo (y me propongo) volver a “exponerme” a sus películas dejando de lado esa carga que vino de la mano de su historia de recepción, esa que yo mismo fui acumulando con los años.

Cuando las rememoro, me veo siendo un alumno y yendo al cine con mi novia de aquel entonces a ver El silencio. Íbamos en secreto (transgrediendo la expresa prohibición de la escuela, de la iglesia y de nuestros padres –y, por supuesto, también a raíz de esa prohibición–). Me veo saliendo profundamente turbado de la sala, y recuerdo cómo en los días siguientes intenté evitar cualquier debate sobre la película con mis compañeros de escuela porque mi turbación no se habría podido canalizar en argumentos. Luego me veo unos años después, cuando, ya siendo estudiante de Medicina, salí a los tumbos en horas bien entradas de la noche de una función doble de El séptimo sello y Cuando huye el día y rumbeé a la deriva hasta el amanecer, alterado y revuelto, bajo la lluvia, con todo tipo de interrogantes sobre la vida y la muerte. Y después me veo, nuevamente unos años más tarde, siendo un estudiante de cine que proclamaba su rechazo a Persona y con eso a toda la obra de Bergman para alzar la bandera de un cine que debía mostrar todo en “la superficie de las cosas”, sin ninguna psicología. Recuerdo con cierta vergüenza aquellos discursos, que ahora se me hacen por demás temerarios, en los que arremetía contra “la profundidad” y “la manía de la búsqueda de sentido” de las películas de Bergman contraponiéndolas a la “evidencia física” del cine estadounidense.

Y si hago un segundo salto en el tiempo me veo en los Estados Unidos, ya como director, saliendo de una proyección de Gritos y susurros en San Francisco que me hizo llorar a moco tendido por un cine que, habiéndolo denostado diez años atrás como el “cine europeo miedoso y meditabundo”, de repente se me hacía un hogar en el que me sentía más contenido que en la “tierra prometida” del cine en la que estaba en ese momento. Allí esa “superficie” antes tan admirada se había vuelto tan chata y tan dura que, efectivamente, no quedaba nada “detrás”. Y así como siendo estudiante había despotricado tanto contra el “cine de detrás de las cosas”, en ese momento noté la imperiosa necesidad de perseguir todos esos “detrases” y me sentí, más que nunca, reconciliado con las películas de Ingmar Bergman.

No soy un teórico del cine y miro las películas como cualquiera, como “público”. Por eso sé que se ven solo desde lo “subjetivo”, es decir, que a partir de la película “objetiva” que se proyecta allí delante, en una pantalla, lo único que se ve es una versión “subjetiva” que se abre ante el ojo interno de cada espectador. Y creo que eso, con Bergman, adquiere una validez punzante: en sus obras nos hemos visto “a nosotros mismos”. Pero no “como en un espejo”. No. De un modo mucho más bello. “Como en una película”. Una película SOBRE NOSOTROS.

 

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